martes, 17 de mayo de 2016

El Partido Republicano se suicida: Donald Trump, candidato.

En nuestra última entrada señalábamos que las cosas se estaban poniendo cuesta arriba para las fuerzas "anti-Trump" en el Partido Republicano, y los resultados de las primarias de Indiana lo confirmaron hasta tal punto que en menos de 24 horas Trump se quedó sin rivales tras la retirada de Ted Cruz y John Kasich.

Los resultados en Indiana fueron decisivos:

Trump 53,3, Cruz 36,6, Kasich 7,6.

Trump, tal y como había ocurrido ya en las primarias del Nordeste, mejoró claramente sus resultados respecto de las encuestas, lo que parece demostrar que los votantes republicanos, hartos de las primarias, decidieron decantarse por el ganador, y evitar así una convención disputada que podría haber sido nefasta para la imagen del Partido Republicano.

El problema es que, a cambio de soslayar la convención, el Partido Republicano se ve ahora en manos de un candidato totalmente inaceptable, se mire por donde se mire.

Tradicionalmente, los candidatos presidenciales son políticos profesionales (en tres categorías distintas: Senadores, Gobernadores o Vicepresidentes). Hay que remontarse a 1952 para encontrar a un candidato que no respondiera a una de esas tres categorías (Dwight Eisenhower, que por otra parte había tenido una carrera militar de la máxima distinción, incluyendo el mando supremo de las fuerzas aliadas que derrotaron a Hitler en la Segunda Guerra Mundial).

Frente a esto, Donald Trump no es más que un millonario por herencia, no por mérito propio, profundamente ignorante y orgulloso de serlo, con una larga lista de comentarios machistas y racistas que alienarán en las elecciones generales todavía más a los hispanos y asiáticos, así como a numerosas mujeres republicanas.

Trump, por temperamento y conocimientos, es sin lugar a dudas el candidato menos preparado para liderar uno de los dos grandes partidos norteamericanos: carece de experiencia internacional y de gobierno, y debido a la toxicidad de su candidatura no conseguirá el apoyo activo de numerosos políticos republicanos, más que de aquellos cuya carrera política está acabada o en trance de acabar (Newt Gingrich o Chris Christie).

Ahora bien, la mayoría del Partido sí que le suministrará un, digamos, "apoyo pasivo" (en el sentido más genérico posible: anunciando su apoyo al "candidato republicano" pero sin aparecer con él en mítines y mucho menos en la Convención republicana).

Resulta un espectáculo ciertamente patético ver a congresistas y Senadores del partido de Abraham Lincoln abandonar el legado de éste en manos de un político absolutamente antagónico al viejo Abe y anunciar su apoyo a Trump porque éste es "mejor que Hillary Clinton" (cosa que es absolutamente falsa desde cualquier prisma, incluido el ideológico).

Desde el punto de vista demócrata, Trump es un regalo caído del cielo: incluso a día de hoy, con Hillary todavía embarcada en una amarga primaria contra Bernie Sanders, las encuestas le dan a la exsecretaria de Estado unos cinco puntos de ventaja de media sobre Trump, y ese porcentaje sin duda se incrementará en cuanto finalicen las primarias demócratas y los seguidores de Sanders vayan volviendo al redil clintoniano (del mismo modo que los seguidores de Hillary Clinton apoyaron a Obama en 2008, pese a unas primarias que fueron mucho enconadas que las actuales).

La lógica invita a pensar que, pese a la creciente separación ideológica entre los dos partidos, estas elecciones poseen un elevado potencial para finalizar en un triunfo demócrata arrollador, por dos motivos contrapuestos: en primer lugar, porque las diferencias ideológicas entre Clinton y Sanders no son especialmente acusadas, y la fusión entre sus votantes no debería ser muy costosa. Por otra, la falta de entusiasmo entre las élites republicanas frente a Trump es conspicua, lo que hará que Trump pierda un porcentaje muy superior de republicanos al habitual en otoño (la pérdida de un 20% tan solo sería devastadora para el GOP). Por otra parte, el estilo de Trump es sencillamente intolerable para la gran mayoría de los norteamericanos.

Muchos comentaristas, llevados de un desprecio perenne hacia los Clinton, consideran que ésta es una candidata floja y que Trump puede dar la sorpresa. Desde el momento en que Trump es el candidato de uno de los dos grandes partidos, sus posibilidades de victoria ciertamente exceden de cero, pero la infravaloración de Hillary Clinton (motivada en muchas ocasiones lisa y llanamente por el machismo de los -¡y las!- periodistas) alcanza en este punto extremos ridículos.

Indudablemente, podría ocurrir que nos encontráramos con una elección disputada (como ya hemos dicho en ocasiones anteriores, si los republicanos se hubieran molestado en elegir a un candidato mínimamente aceptable, probablemente serían ligeramente favoritos contra Hillary). Pero la presencia de un candidato tan espectacularmente inadecuado, tan basto, tan grosero, tan mediocre como Donald Trump permite poner en duda esa tesis. Lo lógico es que Hillary gane absolutamente todos los Estados que ganó Obama en 2012, más algunos Estados que éste ganó en 2008 (Carolina del Norte y quizá Indiana) e incluso algunos Estados que no votan demócrata desde hace muchos años (Arizona o Georgia parecen candidatos interesantes).

En cuanto a la supuesta "inadecuación" de Hillary Clinton, lo cierto es que ella utilizará la baza de ser la primera mujer presidenta contra Trump, que es quizá el candidato peor equipado para hacer frente a una candidata femenina. Por lo demás, tras ser Primera Dama de Arkansas y de Estados Unidos, y particularmente tras ser Senadora durante ocho años, y Secretaria de Estado durante cuatro, Hillary es probablemente una de las personas más cualificadas para ser candidata a la Presidencia en la Historia.

En suma: es más probable que las elecciones acaban en una ola demócrata parecida a la victoria de Reagan sobre Mondale en 1984 (o si Trump lo hace especialmente mal, a la de Johnson frente a Goldwater en 1964) que otra cosa.

El principal problema para los republicanos es que una derrota semejante a nivel presidencial probablemente arrastraría a varios senadores y a docenas de congresistas, perdiendo el Senado y la Cámara de Representantes (además de numerosas cámaras estatales). Además, el Tribunal Supremo, que está en estos momentos dividido 4-4 entre jueces demócratas y jueces republicanos porque el Senado republicano, violando la Constitución, se niega a votar siquiera al sustituto de Antonin Scalia propuesto por el presidente Obama, también acabaría en manos demócratas.

Estas consideraciones partidarias son las que están motivando el (tibio) rapprochement republicano con Donald Trump, pero lo cierto es que por una vez, los republicanos deberían poner patria por delante de partido, porque no existe absolutamente ningún motivo para apoyar a Trump. Como mucho, cabría no apoyar a ninguno de los dos, pero el apoyo a Trump debería ser considerado descalificante para cualquier político decente.

En fin, seguiremos informando. Pero qué pena da ver a gente que ha llamado a Trump "timador", "narcisista" o "sociópata" decir ahora que le apoyarán como candidato a la Presidencia.

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